Portada · Noticias · Faq · Contacto · Colabora 28 Marzo 2024 18:38
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© EL MATADOR DE GONZALO FISCHER
Un anillo de oro, algunas fotos rescatadas de un cajón olvidado, un colchón despellejado por el ácido y un nombre garabateado en un registro de la morgue, son las únicas pruebas visibles que avalan la interrumpida existencia de Gonzalo Fischer.

Los que lo conocieron —y no han sido pocos—, siempre habían conjeturado para él una muerte de oropel y de éxtasis, no esa muerte atroz e incongruente con los encumbrados hábitos que habían regido su vida. Los que lo conocieron, jamás se atrevieron después a rastrear el misterio de su muerte: tal vez a causa de una frívola aversión; tal vez, para no tapar con el corrupto presente los encendidos pasados que lo habían elegido como principal hacedor.

Las fugaces mujeres que lo compartieron, empecinadas en tejer recuerdos, adoptaron desde entonces la costumbre de reconstruir, en sus sincronizadas reuniones, sus deliciosas predilecciones que lo inmortalizarían por un tiempo. Algunas añoraban su humor frenético y evasor; otras, las libertinas utopías con las que él las había adormecido, abriéndoles una momentánea puerta a un paraíso de humo; otras, las menos afortunadas, el amor despechado, la entrega inútil, los despiadados rechazos que transformaban sus pasiones en vergüenza. Todas, las interminables noches en su residencia de generosas fiestas a puertas abiertas, que jamás lograban superar a las de puertas cerradas.

Sus amigos de turno, cuando la envidia no les trababa la memoria, conseguían a veces recrear alguna onerosa aventura a la que él los había empujado. Una sola aventura quizá, pero que conjugaba todas las aventuras soñadas por los hombres. Los privilegiados que más tiempo permanecieron con él —puesto que Gonzalo Fischer medía sus relaciones a plazos fijos y no con perpetuidades sentimentales—, se jactaban de haber sobrevivido a una segunda aventura. Nunca, sin embargo, se atrevieron a enfrentar una tercera.

Todos ellos, hombres y mujeres, aventureros y resentidos, amadas y desdeñadas, pronto empezaron a inventar al asesino que había puesto fin a esa indomable existencia cuyas premisas se burlaban impunemente de los inculcados esquemas del mundo.

—Un emulador que no pudo ser como él —se revelaban los envidiosos.

—Un ladrón —proponían los amantes del sentido común.

—Un marido celoso —juraban los aventureros.

—Una mujer —deseaban las despreciadas.

—No quiero hablar de eso —protestaban las tejedoras de recuerdos.

Muchos asesinos desfilaron en esa galería mental; muchos, de infinitos rostros y propósitos, hasta que el tiempo, asesino también, los borró a todos con el olvido. Los años destiñeron la imagen de Gonzalo Fischer, convirtiéndola en una sombra lejana, erosionando su aspecto hasta hacerlo indescifrable. Los que lo veneraron no tardaron en sepultarlo en la resignación. Los que lo envidiaron, pronto lo reemplazaron con otras imperfecciones. Los que no murieron, simplemente lo olvidaron. Al final, ya nadie recordaba a Gonzalo Fischer.

Nadie, excepto Sandra Fouchard.

Se afirma que el tiempo no admite desvíos ni digresiones, que una repetición exacta de algún hecho pasado o un futuro conviviendo con el presente, terminarían por anularlo. Existen, sin embargo, dos espacios rebeldes e inmunes a los rectilíneos caprichos cronológicos: el recuerdo, que enjaula al tiempo en una recurrente sucesión de momentos, y la ilusión, que lo coloca siempre un paso más adelante. Para Sandra Fouchard, estos dos anacronismos opuestos respondían a un mismo principio: Gonzalo Fischer.

Arrellanada en el bar de siempre, sentada a la misma mesa junto a la misma ventana, contemplaba con sistemática nostalgia la casa donde él vivió, amó y murió. Actos reiterados en todos los hombres, divinizados en él.

Recordaba futuros inventados, fabricaba ilusiones con pasados corregidos, barajaba promesas truncas. Luego, sacaba el viejo diario de su bolso y leía las húmedas letras de la noticia sobre la muerte de Gonzalo Fischer.

Los que lo conocieron, nunca dudaron que Sandra Fouchard pertenecía al abultado ejército de sus despreciadas, y como tal se referían a ella. Los que lo conocieron, sólo entendían las verdades que él les mostraba.

Pero había otras verdades, otros secretos.

Al cerrar el diario, Sandra Fouchard sacaba un sobre de su cartera, y del sobre las gastadas fotos y el anillo virgen. A veces lloraba, a veces se enfurecía. A veces, simplemente, se entregaba a los mandatos del tiempo, y entonces se marchaba, siempre al anochecer.


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Quitáronlo a la tuerta, y diéronlo a la ciega.
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Mario
18/03/2024 09:06
"Cada mañana madrugaba y se moría de ganas de asormarse al balcón y verlo pasar para asegurarle que no quería volver a verlo". T.Prattchet

Mario
18/02/2024 09:23
Raya raya punto: ¡encontrado! carita de ceniza, zapato de cristal. Te echo de menos.

Mario
01/02/2024 09:59
Llega febrero, un mes para los idus de marzo. Guárdate, oh César. "Salus in perículis"

Mario
10/01/2024 09:06
Feliz Lag a todos, ya sabéis que éste año siempre va sin vergüenza. O como se decía antes: Felices Pascuas

fw
06/01/2024 11:21
Feliz año a todos! Ya sabéis que este sinvergüenza siempre va con lag :-)

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