Me bajé y empecé a leer El país de las últimas cosas, de Auster. Supongo que habré leído una quinta parte. No leeré más. Te digo lo que me ha parecido:
Me ha parecido una parodia, sorprendente y abrumadora, de los muchos males de ese mundo. La idea me ha parecido original, y hasta podría tener algo de genial. Pero su desarrollo me ha cansado. He llegado a un punto en que lo que seguía ofreciendo dicha parodia me sobraba. Me ha parecido que insistir sin más, aunque fuera en términos distintos, en el salvaje y original retrato, resultaba ocioso. Se había dado la medida de las cosas, y sólo podía quedar el ingenio. Así ha sido. Si hace falta pediré disculpas a la Literatura y a quien sea, claro. Por otra parte, Coppelius, me satisface conocer algo realmente serio de ese autor y esa obrita, que debe ser una muestra muy representativa y conocida. Se agradece de veras la indicación.
fwel diciembre 23 2008 14:49:11
Bueno, como no vas a terminarla te adelantaré la esencia del final, que es que Anna Blume sobrevive y al lector se le permite suponer que escapa, aunque podría ser que sólo desapareciera al escribir la última palabra. Por cierto que Auster se ha burlado alguna vez de Adorno y su famosa frase sobre Auschwitz (eso que dijo de que "no es posible hacer poesía después de Auschwitz") pero bien que exploró el mismo un hecho que suele producirse de vez en cuando en sujetos después de experiencias traumáticas, o en comunidades enteras (los mismos judíos liberados sin ir más lejos), y que es a lo que se refería el pobre Adorno: la desaparición del habla y la incapacidad para narrar. Bien como elección propia, o bien como parte inevitable de ese holocausto. Esa desintegración del lenguaje o su conversión en preguntas que generan más preguntas y éstas a su vez más preguntas en un proceso sin fin, sería sólo carnaza para psicólogos occidentales sino fuera porque en los textos sagrados judíos es un hecho derivado del acto primordial, puede que el más primordial de todos. ¿Sabías que muchos liberados tuvieron en común una angustiosa sensación de no poder contar ni una palabra sobre sus experiencias -bueno, excepto ese charlatán español de Mauthausen que ni siquiera estuvo allí- y que sólo después de décadas comenzaron a proliferar diarios y todo lo demás? Como ves, todo muy hebreo, porque Freud, Wittgenstein, Kubin, Celan, Hoffmansthal, Karl Kraus y el resto giraron con obsesión alrededor del lenguaje en esa Viena finisecular conocida por sus contemporáneos como "la ciudad del fin del mundo"; el lenguaje como cura, o como némesis, pero siempre como algo último y definitivo; o más bien primero y definitivo. En resumen: la palabra tratada como un objeto reverencial y sagrado (algo parecido al fuego robado a los dioses), incluso cuando no hay Dios por medio. De todas estas cosas trata también "El país de las últimas cosas", con un sincretismo muy judío, casi cabalístico, por eso insistía en que es un texto complejo y difícil al que afortunadamente no le falta un trama de acción.