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Vecind(i)ario, segunda etapa | Narrativa | el cuaderno
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Localización: Madrid, España
Registro: 25.06.08
Publicado el 13-06-2012 23:22
ÉXODO

Al entrar en el bar una mezcla de olores salió a su encuentro: ráfagas de sudor, restos de comida y soledad sin matices dominaban el ambiente. Buscó una mesa apartada, contemplando impasible al camarero hasta que éste se dignó abandonar el periódico que leía para acercarse con cara de pocos amigos.

Pidió café, encendió un cigarro y se entretuvo observando a los demás habitantes del peculiar ecosistema. Una mujer apoyada en la barra sacaba papeles o fotografías de su bolso para quemarlas lentamente sobre el cenicero mientras varios taburetes a su derecha un joven rapado contemplaba fascinado el extraño ritual. Por último, al fondo, un viejo disponía palillos en orden geométrico sobre la mesa.

Mónica llegó por fin, erguida como una esfinge sobre sus tacones:
-¿Llevas mucho esperando?
-Sólo media vida.
-No empieces, sabes que no lo aguanto. Bueno, ¿qué quieres ahora?

Él se atrevió a probar el café. Un destello rancio sacudió su garganta.

-Nada en concreto. Verte, supongo.
-Me habías asustado. Por tu mensaje parecía que tuvieras cáncer o algo así.
-Tal vez.
-Mira David, yo no soy uno de tus personajes ni estamos en ninguna novela. Entérate de una vez: todo ha terminado. No te odio como pareces pensar, pero tengo prisa y tus arranques ya no me hacen gracia.
-¿Te espera alguien?
-Eso no es asunto tuyo, ¿no crees?
-Decías que querías estar sola un tiempo.
-Ya te lo he explicado muchas veces. O lo he intentado al menos. Es todo lo que puedo hacer.
-Eso sí que suena a novela barata, Mónica.
-Pues que suene. Me voy.
-¿Os habéis acostado?

Ella no respondió: agarró su bolso y salió. David encendió otro cigarro, se levantó pidiendo la cuenta. La mujer quema-fotos le agarró del brazo:
-Hay fantasmas- dijo.
-¿Perdone? ¿Dónde?
-En todas partes. En los balcones. En las maletas.

Él señaló las fotos:
-¿También ahí?
-¡Más que en ningún otro sitio! Si alguien guarda una tuya en algún sitio, también tú podrías serlo. Un fantasma, ¿sabes?

El chico rapado seguía atento la conversación y la mujer acercó su boca al oído de David:
-Si quieres quemar alguna tengo de sobra- susurró, sacudiendo el bolso.
-No, gracias.
-Como quieras. Los fantasmas os acostumbráis a serlo, ¿verdad?
-Igual que los borrachos.

Ella le volvió la espalda, furiosa. David pagó y salió a la calle. Una leve llovizna brotaba ahora sobre la calle. Detuvo un taxi. El taxista asintió al escuchar la dirección y el vehículo avanzó suavemente:
-Ya era hora de que lloviera -comentó, frenando ante el semáforo.
-Sí.
-Es bueno, dicen que limpia la atmósfera.
-Ojala limpiara también el alma.

El taxista le contempló intrigado por el retrovisor.

***


Llegó a casa y se quitó de inmediato la chaqueta, arrojándola sobre el sillón. Eso era algo que sacaba a Mónica de quicio: le seguiría gruñendo por todo el piso hasta conseguir que la guardara en su sitio. Observó crítico el salón: indescifrables cuadros modernistas convivían con estilizadas lámparas y muebles de diseño aerodinámico. Hasta el gato que le miraba atento desde uno de ellos había sido cuidadosamente seleccionado por ella. David lo aceptó en su momento como todo lo demás, sin preguntas, pero ahora el delicado engranaje fallaba, agobiándole, mostrándole claramente su rechazo como si fuera algún ente viscoso en un universo de líneas perfectas. Recogió a su pesar la americana, lanzándola al fondo del armario.

-Si quieres cenar ven a la cocina. El gato movió las orejas ante su voz, desperezándose.

Buscó una lata de comida y vació su contenido en un cuenco. Un relámpago peludo apareció al instante, ronroneando en torno a sus piernas. Dejó el recipiente en el suelo y el decorativo dios egipcio se afanó en vaciarlo.

Algo más tarde, el gato escuchaba los ronquidos que se expandían desde el dormitorio. Se limpió las patas y comenzó su cuarta ronda de vigilancia: aunque ya no llovía, la humedad del invierno envolvía los sueños desperdigados por las calles en el abrazo más triste que ningún felino imaginó jamás.

***


La luz sin resquicios del metro golpeaba sin contemplaciones a todo el que se adentraba en sus dominios, transformándolo en miembro anónimo del macabro reparto que poblaba el vagón: las ojeras conversaban con las arrugas, cientos de rostros pálidos y cabelleras cenicientas aguardaban impacientes el golpe de cuchillo indio que abriría al fin las puertas, condenándolos a un nuevo día. En la superficie, manadas de vehículos en estampida inundaban las calles y cientos de palomas buscaban su desayuno en el cementerio improvisado de los contenedores.

David recorrió el trecho de jungla urbana que separaba la salida subterránea de su librería. Entró en el despacho y encendió el ordenador. Mercedes le saludó desde el mostrador:
-¿Cómo vas?- preguntó.
-Asco de lunes.
-¿Lo mejoraría un café? Aún es temprano.
-Empeorarlo es difícil.
-Eso es que vienes mal follado- sentenció ella.
-Ni bien ni mal. La chica soltó una carcajada y se puso el abrigo:
-Exactamente. Vamos, guerrero solitario, cacemos nuestro desayuno.

El bar gallego de la esquina los sumergió acogedor en historias de mar y naufragios. Mercedes trepó al incómodo taburete mientras él pedía los cafés.
-Ayer estuve con Mónica.
-¿Y que tal? ¿Lo habéis arreglado?
-Creo que está con otro.
-Ya. A veces pasa, David.
-Supongo. Estoy pensando en irme a algún sitio.
-¿Adónde?
-Ni idea. ¿Al Polo Norte? Da igual, a cualquier lugar.
-Todo menos esto, ¿verdad?
-Algo así.

Mercedes le acarició el pelo:
-Volverás, ¿verdad?
-Claro. Ella cogió su mano:
-Prométemelo, David.

***


La pesadilla le revolvió en la cama. La loca quema-fotos prendía fuego a Mónica mientras el joven rapado las desnudaba, violándolas brutalmente. El chico se corrió y un líquido violeta cubrió el suelo, las paredes. Entonces entró Mercedes, apuntó a Mónica con una pistola y disparó. Cientos de palillos afilados surgieron veloces del arma, impactando contra ella. David apartó la mirada mientras el viejo recogía los restos del suelo y los ordenaba sobre una mesa. Mercedes apuntó de nuevo, esta vez a David:
-Fantasma- dijo.

Sonó un disparo, él gritó y todo comenzó a dar vueltas.

***


Despertó bañado en sudor. El gato le observaba curioso a los pies de la cama mientras en la calle un camión de basura centrifugaba el insomnio de miles de seres sin nombre. Se levantó angustiado y metió la cabeza bajo la ducha. El eco de la voz de Mercedes flotaba aún por la habitación. Se vistió apresurado y huyó, buscando algún tipo de consuelo en aquella enorme masa de cemento.

La lluvia surgió de nuevo. David se refugió en un portal como si el agua llevase consigo algún virus desconocido: de los tejados brotaban armaduras de hielo y las gotas bajaban de las nubes para estallar mucho antes de tocar el suelo, convirtiéndose de repente en torrentes incontenibles de lágrimas congeladas. Oleadas de tristeza ártica que barrían, en silencio, el desierto de las calles.

***


El coche se deslizaba preciso sobre la carretera, como un insecto sobre el esqueleto de un enorme animal ya extinguido. En su interior, David huía del recuerdo de la extraña pesadilla contando letras:

Mónica, abismo, olvido. Seis letras. Viaje, huida o final sólo cinco. Como David. Como nacer.

***


La residencia en la que su padre se había recluido tras la muerte de su madre se elevaba en un pueblo cercano, lo bastante alejado para que todo alrededor fuera de un verde profundo. Aguardó hasta que una enfermera dispuso la silla de ruedas y a su padre frente a él:

-Hola papá, ¿cómo estás?
-Bien. Para ser un asesino me tratan bastante bien. David encendió un cigarro y suspiró:
-Sabes perfectamente que mamá tuvo un derrame cerebral. Nadie la mató. El viejo encogió los hombros:
-Pensad lo que queráis.
-Papá, creo que pasaré un tiempo fuera. Te escribiré. Le pidió un cigarro. David le pasó también el mechero. Su padre le cogió la mano:
-Hagas lo que hagas, no mates a nadie.
-No papá.

Pasaron un tiempo en silencio.
-Papá, ¿por qué...?
-No lo sé. Ella me quería. El resto no lo sé.

***


Trazó una curva y apareció en su vida. Tiempo después lo escribió muchas veces: carretera o lluvia desaparecían, él no conducía y hasta ella cambiaba para adaptarse mejor a la historia. Pero aun así recordaba la exactitud de aquel día, como si un segundo de inspiración divina bastara para que alguien como ella irrumpiera en su mundo.

Ese día algo le hizo frenar, más allá de la melena rojiza y la tristeza de aquel cuerpo bajo el aguacero de otra carretera secundaria. La chica miró un segundo por la ventanilla y entró en el coche, empapando el asiento. Se disculpó señalando el agua que caía y le preguntó dónde iba.

Él encogió los hombros:

-No sé. A Egipto.

Ella le observó unos segundos en silencio. Sonrió:

-Vale.

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